Opinión

Lecciones de la pandemia

Por: Editorial La Jornada

La sostenida reducción en el número de casos graves y fallecimientos permitió a la Organización Mundial de la Salud (OMS) levantar ayer la emergencia internacional por el covid-19. Lo anterior no significa que el coronavirus haya dejado de existir ni que ya no se presenten defunciones por esta causa, pues en la última semana de abril hubo 630 mil contagios y 3 mil 500 muertes, pero es indudable que la propagación y los efectos del coronavirus se encuentran en un nivel completamente distinto al que llevó a proclamar la emergencia el 30 de enero de 2020.

El fin oficial de la crisis sanitaria invita a reflexionar en torno a los estragos que dejó el covid-19, las acciones humanas que contribuyen al surgimiento y la difusión de enfermedades infecciosas, la carencia de precauciones ante este tipo de eventos y la manera irreversible en que el virus ha transformado las sociedades. Las pérdidas humanas son aterradoras: según los datos disponibles más recientes, en tres años al menos 765 millones de personas se han contagiado y 20 millones han muerto debido al coronavirus, pero la cifra podría ser mayor por el subregistro de casos. Además, millones quedaron con secuelas que siguen mermando su salud meses o años después de haberse infectado.

En el aspecto económico, millones de personas perdieron sus empleos o sus fuentes de ingreso, y la economía global se vio sacudida por la disrupción en las cadenas de suministro y la caída en las ventas de los negocios que no pudieron adaptarse al comercio electrónico. Las quiebras de bancos que han tenido lugar en los meses recientes muestran que la pandemia puede haber terminado, pero sus efectos persistirán, al menos, a corto plazo.

Otro aspecto, que a veces se considera marginal, es el de los daños causados por el confinamiento a la salud mental de todos los seres humanos y a la integridad física de las mujeres. No es sorpresivo que el distanciamiento físico, sea decretado por las autoridades o adoptado por decisión propia, tenga un impacto en el equilibrio sicológico de una especie tan gregaria como la humana. Aunque injustificable, también era predecible que los sentimientos de frustración, impotencia, rabia o desesperación, experimentados por quienes se vieron obligados a un cambio drástico en su rutina de manera súbita, explotarían en manifestaciones de violencia verbal, sicológica o física. En sociedades con profundas desigualdades de género y alarmante normalización de agresiones contra las mujeres, fueron ellas las principales víctimas de este lado oscuro de los encierros que muchos países impusieron en la parte más álgida de la pandemia.

Ahora que la situación más dura ha pasado, es ineludible cuestionar hasta qué punto los seres humanos somos responsables del surgimiento de la enfermedad y de la velocidad con que se extendió por todo el globo. Hasta el momento, la hipótesis más plausible sobre el origen de la enfermedad es la zoonosis (el salto de un patógeno presente en animales a un huésped humano), y se ha señalado que ésta se multiplica conforme las personas destruyen o invaden bosques y selvas para consagrar cada vez más tierras a la especulación inmobiliaria, los grandes complejos turísticos, la agricultura u otros usos. Asimismo, la manera en que los sistemas sanitarios (incluidos los del primer mundo) se vieron rebasados por el número de enfermos que requerían atención hospitalaria reflejó el descuido y la indiferencia de las administraciones neoliberales hacia la salud pública.

Lo más probable es que en el futuro cercano aparezcan otras pandemias con igual o hasta mayor letalidad que la de covid-19, y la única manera de minimizar sus daños pasa por diseñar planes específicos y ampliamente difundidos entre la ciudadanía para contener la propagación del agente patógeno, robustecer los sistemas de salud a fin de que puedan absorber el aumento súbito en los requerimientos hospitalarios y desarrollar mecanismos necesarios para evitar que los países ricos acaparen insumos médicos vitales. En un sentido preventivo, es urgente frenar la destrucción de la naturaleza y remarcar que el daño que se hace a ésta es un daño también para el ser humano, incluso cuando no es posible ver las consecuencias a corto plazo.

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